sábado, 15 de noviembre de 2014

¿Tic tac?

La tecnología nos ha traído muchas cosas pero se ha llevado otras. Entre las que se han perdido está el tic tac de los relojes. Los de agujas, los analógicos.

Cuando estudiaba primaria una de las tareas imperdibles era aprenderse la hora. Ya no hace falta. Esos números rectos, formados por líneas segmentadas, luminosas, dan la hora sin la ayuda de una maestra. Cualquier niñito va por ahí y dice: son las 5 y 42. Las 5 y 42. Esa sentencia sólo es propia de quien ve los relojes digitales. Uno decía: son las 5 y media pasaditas o un cuarto para las 6... Todo dependía del grado de “precisión” de quien daba la hora, no del reloj consultado. Sin embargo, seguimos usando el término “en el sentido de las agujas del reloj” para referirnos al turno de un juego de mesa.

¿Todavía hay juegos de mesa?

Esto viene a cuento porque a mí me encantan los relojes analógicos; especialmente, los que semejan un objeto lúdico. Mi hija lo sabe, así que en mi cumpleaños me regaló uno grande. Un bombillo de plástico rojo que alberga en su barriga un reloj de 3 agujas negras. Llegó emocionada y lo colgó al lado de mi mesita de noche después de ponerle la pila doble “A” que lo animaba. Lo malo vino después, en la noche.

A pesar de que ya no oigo el silencio nocturno sino la música de un carro que va volando; los gritos de un borracho trasnochado o el orgasmo escandaloso de mi vecina, el tic tac métrico, insistente, penetrante, dominaba incluso, el rumor de la nevera.

Pasé dos noches jurando acostumbrarme. Vano intento. La puntual insistencia del tic tac pudo más que mi apego materno. Así que le dije a mi Ale: mami, el tic tac del reloj no me deja dormir y con una risita nerviosa me lo llevé para el estudio. Allí desvelará a Pérez-Reverte ¿pero qué es un tic tac para un querrequerre de 7 guerras?

Lo peor es que hace poco una amiga muy querida, que está recogiendo sus bártulos para huir de nuestra realidad nacional, me llegó con 3 relojes de nostálgico diseño años ‘50. Uno azul eléctrico, de espléndidos números y agujas doradas; otro redondo, cromado, pleno. Tiene en su centro un dibujo geométrico que acompaña a las agujas en su recorrido concéntrico. El tercero, mi favorito, aunque de forma triangular derrocha sinuosidad desde sus líneas redondeadas; una muestra exacta de esos años dorados del diseño. Para aumentar mi deleite son de cuerda, no existían pilas doble “A” en aquella época.

De modo que pasé toda la noche en un concierto para 3 relojes y un insomnio siempre en el mismo movimiento: adagio ma non troppo.

Ahora están silentes. Prefiero verlos mudos y quietos aunque me recuerden lo que leí en un artículo de feng shui: “No tenga cerca relojes parados es como tener detenido el tiempo.”

1 comentario:

  1. Hoy, releyendo este texto varios años después caigo en cuenta de algo: la amiga querida que me regaló los relojes aún sigue en Caracas, la que salió fui yo. Vueltas que da la vida.

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